Dicen que los ojos son el espejo del alma, y hay ocasiones en que el amor espiritual nos permite conocer la voluntad y amor de Dios, más allá de todos los sentidos, la ceguera espiritual nos hace caminar a tientas.
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El Señor habló con Moisés y le dijo: Toma en cuenta que he escogido a Bezalel, hijo de Uri y nieto de Jur, de la tribu de Judá, y lo he llenado del Espíritu de Dios, de sabiduría, inteligencia y capacidad creativa para hacer trabajos en oro, plata, bronce, para cortar y engastar piedras preciosas, para hacer tallados en madera y para realizar toda clase de artesanías.
Éxodo 31: 1 al 5.
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Existía un hombre que a causa de una guerra en la que había peleado de joven, había perdido la vista. Este hombre, para poder subsistir y continuar con su vida, desarrolló una gran habilidad y destreza con sus manos, lo que le permitió destacarse como un estupendo artesano.
Sin embargo, su trabajo no le permitía más que asegurarse el mínimo sustento, por lo que la pobreza era una constante en su vida y en la de su familia.
Cierto cumpleaños quiso obsequiarle algo a su hijo de cinco años, quien nunca había conocido más juguetes que los trastos del taller de su padre con los que fantaseaba reinos y aventuras. Su papá tuvo entonces la idea de fabricarle, con sus propias manos un hermoso caleidoscopio como alguno que él supo poseer en su niñez.
En secreto y por las noches fue recolectando piedras de diversos tipos que trituraba en decenas de partes, pedazos de espejos, vidrios, metales, maderitas, etc. Al cabo del festejo, pudo finalmente imaginar a partir de la voz del pequeño la sonrisa de su hijo al recibir el precioso regalo.
El niño no cabía en sí de la dicha y la emoción que aquel increíble cumpleaños le había traído de las manos rugosas de su padre ciego, las formas de aquel maravilloso juguete que él jamás había conocido.
Durante los días y las noches siguientes, el niño fue a todo sitio portando el preciado regalo, y con él regresó a sus clases en la escuela del pueblo.
En los tiempos de recreo entre clase y clase, el niño exhibió y compartió henchido de orgullo su juguete con sus compañeros que se mostraban igual de fascinados con aquella maravilla y que pujaban por poner sus ojos en aquel lente y dirigirlo al sol.
Uno de aquellos pequeños, tal vez el mayor del grupo, finalmente se acercó al hijo del artesano y le preguntó con la ambiciosa intriga que sólo un niño puede expresar:
“Oye, que maravilloso caleidoscopio te han regalado… ¿dónde te lo compraron? no he visto jamás nada igual en el pueblo”.
Y el niño, orgulloso de poder revelar aquella verdad emocionante desde su pequeño corazón, le contestó:
“No, no me lo compraron en ningún sitio… me lo hizo mi papá”.
A lo que el otro pequeño replicó con cierta sorna y tono incrédulo: “¿Tu padre?… imposible… si tu padre está ciego”.
Nuestro pequeño amigo se quedó mirando a su compañero, y al cabo de una pausa de segundos, sonrió como solo un portador de verdades absolutas puede hacerlo, y le contestó:
“Sí, mi papá está ciego, pero solamente de los ojos”.
El amor sólo se puede ver con el corazón. ¡Lo esencial es invisible a los ojos!