Carta de la sinceridad

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¿Por qué hay tanta  hipocresía?

Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

(Hebreos 10:22)


Señor:

¡Estoy cansado de tanta hipocresía! De los falsos amigos que de frente se deshacen en zalamerías, piropos y alabanzas, y por detrás denigran de mí, con críticas y chismes insidiosos. De las actitudes serviles y las movidas mañosas; de las traiciones a mansalva y las zancadillas disimiladas; de los cariños fingidos, los favores forzados y los halagos interesados.

¿No te parece, Señor, que vivimos en un mundo de fingimientos y apariencias? Una palabra tuya al respecto podría ayudarnos a quienes queremos todavía servir la verdad y practicar la sinceridad.

Tu hijo “sincero”.

Respuesta de Dios

Mi querido hijo “sincero”:

Nadie marcó mejores pautas sobre la sinceridad que mi hijo, cuando inculcó a sus seguidores: “Cuando ustedes digan sí, que sea realmente sí; y cuando digan no, que sea no”. Cualquier cosa de más, proviene del maligno.

El sincero es amigo de la verdad, como lo fue mi Hijo Jesús. Él la practicó  en el grado más elevado y quiso rodearse de gente sincera; aunque por desgracia no siempre lo consiguió.

Déjame recordarte dos personajes interesantes entre los muchos que se relacionaron con mi Hijo allá en la tierra.

El primero es Judas Iscariote, prototipo de sinceridad. No te sientas, pues, hijo, muy desanimado de verte a veces rodeado de gente hipócrita y traicionera.

Esta gente acaba por ser descubierta. Y termina enredándose en sus propias  mentiras y falsedades. Ya sabes cómo terminó Judas.

El otro personaje de quien te quiero hablar es de Zaqueo. Era el publicano de Jericó. Los publicanos no eran muy apreciados  en la sociedad de ese entonces. Se le consideraba  gente pecadora, “plebeya”, indigna de rozarse rn la sociedad, comió dicen.

Sin embargo, Zaqueo atrajo la atención y, yo diría, el cariño de mi Hijo, que tenía un ojo penetrante para ver hasta el fondo del corazón.

Zaqueo cosechó los frutos de su sinceridad. Primero atrajo la atención y simpatía de Jesús. A él y a mí nos gusta compartir con los corazones transparentes y sencillos. Y si no, ¿por qué crees que él alguna vez  dijo: “Dejen que los niños vengan a mí… porque el reino de Dios es de quienes son como ellos”?

¡Nada hay más hermoso y atractivo que la sencillez y sinceridad de un niño!

Yo te agradezco mucho, hijo, que me hayas planteado  este tema. Todos aquellos que tú describes en tu carta deberían saber que ser sincero es el mejor negocio del mundo.

La sinceridad es la virtud que permite cultivar una relación sana  y productiva con todos: en el hogar, en el trabajo, en la iglesia, en la sociedad en general. Y por supuesto, debe ser la base de toda relación conmigo.

La sinceridad abre mil posibilidades  a la amistad entre ustedes allá en la tierra, y conmigo, que soy “Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad, justo y recto”.

Judas sacrificó la amistad preciosa con mi Hijo por no ser sincero, y dejarse llevar de sus ambiciones mal disimuladas.

A Zaqueo, su sinceridad y apertura de corazón le llevaron a ganarse la mejor de las amistades, la de Jesús. Y esa fue su salvación. De allí en adelante, Zaqueo fue un hombre nuevo.

Es verdad, hijo, atravesamos por tiempos difíciles en los que la mentira, el disimulo y la hipocresía campean; y parece que no se puede salir adelante ni en el trabajo, ni el estudio, ni en los negocios sin echar mano de la mentira o engaño.

Déjame darte un consejo para terminar. No exageres demasiado la importancia del juicio de los demás, sobre todo cuando se basa en intereses y preferencias. No busques en otros un diploma de honorabilidad, ni un seguro de valor personal, ni un certificado de virtud. Busca todo eso en mí. Yo te conozco bien, y te aprecio.

Como dice mi siervo Juan: “Ante mí debes sentirte seguro, porque, aunque tu corazón te condene, yo soy más grande que tu corazón y lo sé todo”.

Tu Padre y amigo “sincero”

** Recopilación del libro Cartas a Dios, de Luciano Jaramillo Cárdenas.

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