Saber enfrentarse a las adversidades es una de las habilidades que debe estar siempre presente en el ser humano que busca trascender
Cuando el momento lo permite, ya sea dentro de una conferencia o un curso, suelo preguntar a los asistentes para saber quién tiene dudas. Casi sin excepción, todos levantan la mano.
Los problemas parecen ser los compañeros cotidianos de todos los adultos al grado tal que se ha llegado a decir que el día que nos levantemos sin éstos, es porque seguramente ya estamos muertos.
Así es, las dificultades están diario con nosotros y las reconocemos, toleramos, evitamos y sufrimos, pero difícilmente podemos dejarlas de lado. Siempre nos alcanzan.
Hablando de talleres, los contratiempos comienzan desde que abrimos y siguen después de cerrar, ya sea con un trabajador que se niega a hacer las cosas con la rapidez y calidad que esperamos de él, o en una herramienta que se ha perdido, o con una compresora que se niega a funcionar, o con una secretaria que olvidó pasar un recado del mejor cliente del taller, o con un auto que se niega a revelar donde está la falla, o en una refacción que hemos cambiado por tercera vez, o…
Los problemas están presentes, alzan la mano diciendo continuamente aquí estamos y parecen interponerse en nuestro camino y alejarnos de nuestras metas.
¿Es malo tener problemas?
La respuesta a esta pregunta depende de que entendemos por problema. Para mí, no es sino una situación que no está como yo deseo que esté.
Por ejemplo, si me llevan un auto a reparar, yo deseo que ese vehículo descompuesto esté reparado para que yo pueda obtener una ganancia de ese cambio.
Es decir, una falla es para mi un problema porque necesito modificar un estado de forma que desaparezca. Y para ello haré uso de mis medios, tales como conocimientos, experiencias, herramientas y ayudantes para reparar el vehículo y solucionarlo.
Visto de una forma tan simple, resolverlo no es sino la modificación de un estado.
Claro que en la realidad, a veces no podemos cambiar lo que no nos gusta porque no tenemos los medios para hacerlo, quedando entonces sin resolverlos y convirtiéndose en una preocupación.
Son precisamente ese tipo de contratiempos que cuestan trabajo resolver los que hacen que el ser humano se vea tentado a evitarlos, ya sea huyendo de ellos o tratando de esconderlos.
Un factor de crecimiento
Quienes no temen al proceso de resolver problemas suelen encontrar en ellos la mejor forma de crecer, porque se acostumbran a provocar cambios que los favorecen. Por el contrario quienes los evitan suelen estancarse.
Recuerdo que cuando entró la inyección electrónica de combustible a México, la reacción de muchos mecánicos fue la de cerrarse a ese problema. La situación era que se estaban enfrentando a nuevas tecnologías que no podían reparar con los elementos que poseían en ese entonces.
Hubo quienes entendieron la situación y llegaron a la conclusión de que no serviría cerrar los ojos, y buscaron capacitarse. Otros más, buscaron evadirla y se justificaron diciendo que ellos seguirían reparando autos de carburador y poco a poco perdieron clientes. De estos últimos, algunos reaccionaron dándose cuenta de su error y trataron de compensar el camino, pero a otros el tiempo no les alcanzó y sus negocios quebraron.
Para todos los mecánicos el cambio de tecnología fue algo nuevo, digamos, una piedra en el camino, pero no todos reaccionaron igual. ¿Cuál fue la diferencia? Que mientras los que se capacitaron utilizaron esa piedra para construir una escalera o un puente, los que se cerraron al cambio la ocuparon para levantar una pared que les cerró el camino.
Más información en Alianza Automotriz 335 febrero de 2007