¡Mi antiguo vecino había realizado su sueño! Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen resistiendo el rigor del invierno.
Mientras tanto, al aproximarme a la quinta del médico, noté cómo sus árboles estaban sólidos, prácticamente no se movían, resistiendo implacablemente aquella ventolera.
Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, habiendo sido privados del agua, parecían haberlos beneficiado, como si hubiesen recibido el mejor de los tratamientos.
Todas las noches, antes de irme a acostar, doy siempre una mirada a mis hijos, me inclino sobre sus camas y observo cómo han crecido. Frecuentemente oro por ellos.
La mayoría de las veces, pido para que sus vidas sean fáciles, libres de todas las dificultades y agresiones de este mundo.
He pensado que es hora de cambiar mis plegarias.
Este cambio tiene que ver con el hecho de que es inevitable que los vientos helados y fuertes no alcancen a nuestros hijos.
Sé que ellos encontrarán innumerables problemas, y ahora me doy cuenta de que mis oraciones para que las dificultades no ocurran, han sido demasiado ingenuas…
Pues siempre habrá una tempestad ocurriendo en algún lugar… Lo haré porque queramos o no, la vida no es muy fácil.
Al contrario de lo que había hecho, ahora pediré que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan sacar energía de las mejores fuentes -de las más divinas-, que se encuentran en los lugares más remotos.
Oramos demasiado para no tener facilidades, pero lo que necesitamos hacer es pedir para desarrollar raíces fuertes y profundas, de tal manera que, cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos con valor y no seamos dominados.