En México, Ford es una de las marcas con más clubes de fanáticos, y ese entusiasmo tiene raíces históricas muy curiosas. Desde su creación, los automóviles despiertan emociones profundas, más allá de ser un medio de transporte, su diseño, la experiencia de conducirlos y el placer de sentir el motor han enamorado a miles.
Por ejemplo, la Casa del Lago fue el primer club automovilístico del país. Este espacio cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ubicado en el Bosque de Chapultepec, nació en 1908 como un lugar exclusivo para las familias más adineradas de la ciudad. Eran los primeros en importar autos y compartían una pasión en común: los motores.
En aquellos años, tener un auto en México era todo un reto. No existían carreteras, ni refaccionarias, talleres o gasolineras. Aun así, quienes podían darse ese lujo, impulsaron cambios importantes. En 1903 fundaron el Automóvil Club de México y, pocos años después, en 1907, surgió otro club en Guadalajara. Estos grupos influyeron en decisiones de gobierno y promovieron obras públicas para facilitar la circulación de vehículos.
Tras la Revolución Mexicana, la Casa del Lago fue confiscada y en 1959 se entregó a la UNAM. Aunque el Automóvil Club tuvo otra sede en Insurgentes, para los años 20 el crédito ya facilitaba la compra de autos, y la exclusividad que rodeaba a los primeros fanáticos del motor desapareció.
Aliado histórico
Hoy, el amor por los autos sigue más vivo que nunca. Los clubes de fans se han multiplicado, muchos especializados por marca o modelo. Ford, por ejemplo, tiene una gran comunidad en México. Clubes como el ST promueven buenos hábitos de manejo, mientras que los entusiastas del Modelo A preservan la historia, y los fanáticos del Mustang celebran el poder de los pony cars.
Los autos siguen uniendo a personas de todas las edades. La admiración no ha disminuido, al contrario: se ha transformado en una pasión colectiva que sigue dejando huella en cada carretera y en cada encuentro automotriz del país.
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