Tres hermanas

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Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas, no hay ley.

No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.

Gálatas 5: 22, 26.

Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?

Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.

Aunque un ejército acampe contra mí, No temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, Yo estaré confiado.

Salmo 27:1 al 3.

Las buenas acciones siempre serán reconocidas por Dios, consciente de los sentimientos que reinan en los corazones, es capaz de alejarnos de toda malicia.

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En un hogar muy pequeñito vivían tres hermanas: la alegría, la sinceridad, y la bondad. Las tres vivían muy felices. La bondad se encargaba de que todos sus vecinos compartieran unos con otros todas las cosas que tenían y así a ninguno le faltaba nada.

La sinceridad, se encargaba de hablar siempre con la gente para que no se dijeran mentiras, ni se ofendieran unos con otros, que respetaran siempre cada uno de las cosas que poseían y así nunca había discusiones, ni pleitos, ni gritos y todos vivían en paz; por lo tanto, la tercera hermanita, la alegría, era la comisionada de que en cada una existiera la amabilidad y la cortesía.

Si necesitaban algo, pedían las cosas por favor, y al recibir también daban las gracias, los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches, siempre las daban con una sonrisa que hacía ver los rostros más bellos, también puso música en su voz y entonaban hermosas canciones, lo que hacía que todos fueran muy felices.

Las aves del cielo y los animales del campo, también se sentían muy contentos y satisfechos de la vida de aquel lugar, pues compartían todas las cosas que la naturaleza les daba.

Pero un día, después de ocultarse el sol, las nubes del cielo cambiaron su color, era una tarde sombría y fría y nadie sabía por qué.

Se sentía confusión en el ambiente, los venados, los conejos y todas las aves del cielo buscaron presurosos un refugio.

A la mañana siguiente, a la salida del sol, oh sorpresa, se escuchaban gritos, llantos, peleas, y gruñidos, las bestias del campo se disputaban por la comida, se lanzaban unos contra otros para devorarlos en cuestión de segundos, las personas se golpeaban unas con otros diciéndose palabras obscenas, ¿qué estaba pasando?

A este pequeño y tranquilo pueblo, había llegado una familia de arpías: la maldad, la mentira y la tristeza.

Habían tomado prisioneras a las tres hermanas (la bondad, la sinceridad y la alegría); todo parecía perdido, parecía que nunca volvería la paz a aquella pequeña comunidad.

La maldad hizo que todos se volvieran egoístas y desobedientes; la mentira hizo que las personas se ofendieran unas a otras, se mentían, discutían por todo, se gritaban y peleaban, la paz se había perdido, la alegría que antes reinaba se convirtió en tristeza y desolación.

El padre de las tres hermanas buenas era un Dios justo, sabio y bueno, y sabiendo lo que estaba sucediendo, y escuchando el clamor de sus hijas, envió un fuerte viento y un terremoto que hizo que la familia malvada saliera del lugar, y fueron liberadas las tres hermanas y fue así como la bondad, la sinceridad y la alegría volvieron a reinar en los corazones de aquella gente.

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