Alberto Quiroga dice: ¿Changarro o empresa?

Los talleres mecánicos suelen empezar como negocios sin planeación, lo que impide su evolución

Alberto Quiroga

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En México, a los negocios improvisados se les suele llamar de manera popular “changarro”. Cuando se pone un negocio, sea cual sea el giro, se hace con la intención de que arroje ganancias y perdure. No obstante, aunque este sea el principal deseo, la realidad nos muestra que la mayoría de los negocios improvisados apenas sobreviven unos cuantos años.

Concretamente en el tema de los talleres mecánicos, muchos de ellos se inician con muy buena intención, pero sin planeación, por lo que dependen mucho de las circunstancias para poder sobrevivir.

Claro está que, con el paso del tiempo y la experiencia, otros talleres aprenden de sus errores y modifican su planeación, estableciendo métodos de trabajo sobre la marcha mediante el ensayo y error. Gracias a ello, van ganando dinero y consolidándose hasta que son funcionales. Y aunque estos talleres generan buenos ingresos, siempre queda la impresión de que podrían estar mucho mejor.

Les quiero compartir el caso de un mecánico que conozco. Él, desde que estaba en la escuela, tenía el sueño de ser el dueño de su propio negocio. Con esto en mente fue aprendiendo lo necesario para tener una empresa (no un changarro) y comenzó a capacitarse en temas de administración, liderazgo, costos y otros tantos relacionados con el manejo de un negocio. Aun antes de poner su propio taller, él ya sabía lo que quería alcanzar y comenzó a buscar lo necesario para lograrlo. En pocas palabras: partió de un plan, con metas y objetivos.

Personalmente, me dio mucho gusto ver que un joven estudiante de mecánica, además de aprender a arreglar autos, también se formaba para ser empresario, visualizándose al frente de una empresa bien organizada.

De aquella historia ya pasaron aproximadamente 15 años. En la actualidad, tiene un negocio exitoso, bien administrado y que aprovecha con un alto grado de eficiencia sus recursos: tiempo, herramientas, espacios y, sobre todo, el talento humano.

¿Fue fácil para él? No. Tuvo que invertir mucho para lograrlo, pero con la motivación y la dirección de un plan bien definido, se mantuvo firme. Gracias a su formación, aprendió de manera sistemática a aprovechar sus experiencias y a tener la iniciativa de acercarse a expertos para pedirles su opinión, incluso pagando asesorías personales, consciente de que hacía una inversión y no un gasto. Creyó firmemente en su sueño y trabajó para hacerlo realidad.

Sin entrar en detalles, podría hacer la comparación de este joven mecánico con otras personas que llegué a conocer casi al mismo tiempo y quienes se rehusaron a siquiera escuchar que existía una forma diferente de manejar su taller, confiados en un aparente éxito económico y sin darse cuenta de que estaban muy por debajo de su verdadero potencial. En otras palabras, recibiendo mucho menos de lo que en realidad podían ganar.

Algunos de ellos son dueños de talleres que constantemente cambian de personal y muchas veces acaban trabajan solos. Aun así, se resisten a invertir en una asesoría de Recursos Humanos o a pagar por un curso de liderazgo. Otros son de los que se quejan de los clientes que no quieren pagar, pero que ni por casualidad se les vería en un curso de negociación o de planeación estratégica.

Poner un negocio propio es el sueño de muchos mecánicos, lo cual es algo admirable y que, en particular, celebro. Si es tu caso y estás en ese proceso, te invito a que pienses en grande y no te conformes con poner algo improvisado, sino que desde el comienzo lo visualices como una empresa para que vayas reuniendo de manera organizada lo necesario para crearla.

Y si ya eres dueño, confío en que tu taller esté bien administrado y tenga una rentabilidad aceptable. Pero si no es así, date la oportunidad de replantear tu negocio para transformarlo en lo que debe ser: una empresa, no un “changarro”. Nunca es tarde para mejorar.

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