Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Salmo 51:10
Agradecemos ampliamente al señor Lino Delgado, de Auto Eléctrica Dozael, el obsequio del libro titulado “Avanzando por la fe”, del autor Beny de Rodríguez, del cual se reproduce este texto.
La principal dificultad del ser humano reside en querer cambiar el mundo antes que lograr un cambio en sí mismo.
En el hogar deseamos que el esposo (o esposa) cambie, así como también los hijos. En la iglesia, en el trabajo, en todo lo que tiene que ver con la vida espiritual, siempre queremos que los demás cambien primero.
Algunas veces hasta nos permitimos soñar: “Si mi familia fuera diferente, entonces yo sería un buen cristiano (o cristiana) o estaría más cerca de Dios”. Vivimos proyectando nuestros problemas hacia los demás, culpando a las circunstancias de lo que somos. Creemos que así cambiaremos el mundo.
Existe una anécdota de un hombre que oraba: “Dios, dame el poder para cambiar el mundo”. Sin embargo, este señor vio con decepción que pasaba el tiempo y no lo lograba. De modo que el hombre cambió su oración: “Señor, dame el talento de cambiar a mi país”. Lamentablemente, casi nada logró.
Volvió a modificar nuevamente su plegaria: “Señor, dame la capacidad de cambiar aunque sea mi pueblo”. Y el resultado fue similar a las anteriores peticiones. Inasequible al desaliento, el hombre insistió una vez más: “Padre mío, dame el talento de cambiar aunque sea sólo a mi familia”. Pasaron los años y su frustración se sumó a las anteriores.
Finalmente, este caballero comprendió la verdad y, desde entonces, cambió su oración a su versión definitiva: “Señor, cámbiame a mí y dame la sabiduría para cambiar. Sé que si logro cambiar mi vida, cambiará mi familia, y también lo harán mi pueblo, mi nación y el mundo entero”. A partir de ese momento, su vida cambió y encontró el camino de la realización.
Necesitamos enfrentar este día con la firme convicción de que hay Uno que puede cambiar nuestra existencia. Sólo así podremos hacer que el mundo cambie para bien.
No sigas señalando aquí y allá todas las circunstancias que no te dejan ser diferente. La solución está en dejar que Jesús te transforme, te haga otra persona. Entonces los demás no se resistirán a ese poder, y sucederá el milagro.
¿Quieres dejar que Jesús lo haga hoy?