Fabricando a un padre

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Hijo mío, no te olvides de mis enseñanzas; más bien, guarda en tu corazón mis mandamientos, porque prolongarán  tu vida muchos años y te traerá prosperidad. Que nunca te abandonen el amor y la verdad: llévalos siempre alrededor de tu cuello y escríbelos en el libro de tu corazón. Contarás con el favor de Dios y tendrás buena fama entre la gente.

Proverbios 3:1 al 5

En el taller más extraño y sublime conocido, se reunieron los grandes arquitectos, los afamados carpinteros y los mejores obreros celestiales que debían fabricar al padre perfecto:

“Debe ser fuerte”, comentó uno.

“También debe ser dulce”, comentó otro experto.

“Debe tener firmeza y mansedumbre; tiene que saber dar buenos consejos”.

“Debe ser justo en momentos decisivos; alegre y comprensivo en los momentos tiernos”.

¿Cómo es posible -interrogó un obrero- poner tal cantidad de cosas en un sólo cuerpo?

Es fácil, contestó el ingeniero. “Sólo tenemos que crear un hombre con la fuerza del hierro y que tenga corazón de caramelo”.

Todos rieron ante la ocurrencia, pero se escuchó una voz (era el Maestro, dueño del taller del cielo):

-“Veo que al fin comienzan” -comentó sonriendo- “No es fácil la tarea, es cierto, pero no es imposible si ponen interés y amor en ello”.

Y tomando en sus manos un puñado de tierra, comenzó a darle forma.

¿Tierra? -preguntó sorprendido uno de los arquitectos- ¡Pensé que lo fabricaríamos de mármol, o marfil o piedras preciosas!.

“Este material es necesario para que sea humilde -le contestó el Maestro- y extendiendo su mano sacó oro de las estrellas y lo añadió a la masa.

“Esto es para que en las pruebas brille y se mantenga firme”.

Agregó a todo aquello, amor, sabiduría. Le dio forma, le sopló de su aliento y cobró vida, pero… faltaba algo, pues en su pecho le quedaba un hueco.

¿Y qué pondrás ahí? preguntó uno de los obreros.

Y abriendo su propio pecho, y ante los ojos asombrados de aquellos arquitectos, sacó su corazón, y le arrancó un pedazo, y lo puso en el centro de aquel hueco.
Dos lágrimas salieron de sus ojos mientras volvía a su lugar su corazón ensangrentado.

¿Por qué has hecho tal cosa?, le interrogó un ángel obrero, y aún sangrando, le contestó el Maestro: “Esto hará que me busque en momentos de angustia, que sea justo y recto, que perdone y corrija con paciencia, y sobre todo, que esté dispuesto aún al sacrificio por los suyos y que dirija a sus hijos con su ejemplo, porque al final de su largo trabajo, cuando haya terminado su tarea de padre allá en la tierra, regresará hasta mí, y satisfecho por su buena labor, yo le daré un lugar aquí en mi reino.

Que Dios nos dé la sabiduría, la fuerza, la congruencia y el amor para dar lo mejor de nosotros a nuestros hijos.

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