Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos.
El número de ellos era de millares de millares y millones de millones. Cantaban con todas sus fuerzas:
¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!
Apocalipsis 5:11,12
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Llenos de virtudes y cualidades estamos, somos la creación perfecta de Dios a su imagen y semejanza; Él nos dotó de cuerpo, alma, espíritu y un libre albedrío para pensar, hacer y discernir nuestras funciones.
Sin embargo, la falta de incredulidad no permite ver nuestra capacidad para las grandes cosas que podemos lograr. Somos capaces de generar la obra más sublime y, al mismo tiempo, llegar a la cima de la montaña, si esa es nuestra meta.
Tenemos la grandeza de sentir y percibir incluso los detalles mínimos e imperceptibles, y aun así dudamos del poder que Dios nos dio como humanos, (Le hiciste un poco menor que los ángeles y lo coronaste de gloria y de honra; ¡todo lo sometiste a su dominio! Hebreos 2:7 y 8) y todavía así renegamos de esta vida.
En conclusión: Que los humanos hagan a diario la tarea que tienen encomendada, y los Ángeles que sigan cantando, adorando y alabando al Señor.
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La Petición
El Señor Dios esperaba en su gran oficina la visita de uno de los integrantes de la cohorte celestial para entrevistarse con él. Debía tratarse de algo muy especial e importante para que uno de sus ángeles pidiera audiencia, pues por lo regular no sucede de esta manera.
Cuando llegó el ángel a la oficina, el Señor lo hizo pasar y ambos se instalaron cómodamente.
-He venido a hacerte una petición muy especial- empezó a hablar el ángel-, toma en cuenta que ha sido una decisión meditada desde hace mucho tiempo, poco después de que empezara a trabajar contigo y a conocer a los humanos.
-Bien- replicó el Señor, dime de que se trata, sólo así sabré si concederte lo que me pides. Espero que no sea algo descabellado. Bueno, tal vez sí te parezca absurdo, pero mis razones no lo son del todo.
Veamos, ¿qué es lo que quieres que yo haga por ti? Deseo que me concedas volverme humano y vivir en la Tierra.
¿Deseas ser humano? ¡Qué locura! Quizá sí te lo conceda, simplemente por no tener un ángel loco a mi servicio.
No Señor. No lo tomes así. No es locura. Te he dicho que llevo ya mucho tiempo pensando en el cambio.
Pero si aquí tienes todo, no necesitas más nada.
Lo sé, observó pacientemente el ángel y precisamente por eso quiero convertirme en humano.
Supongamos que te concedo hacer el cambio. No ganarías nada; al contrario, perderías. Yo hice a los humanos con muchas limitaciones. Los ángeles no las tienen y por lo mismo, como no estás acostumbrado, padecerías males que ni siquiera te imaginarias que existen.
Sí Señor, ya sé que están limitados en muchas cosas, pero los dotaste con un espíritu, grande, enorme, gigantesco, que siempre lucha por ir venciendo esas limitaciones. Yo simplemente las veo como grandes pruebas que ayudan a engrandecer ese espíritu indomable del ser humano.
Sufrirás lo indecible, llorarías amargamente las desventuras de la vida. El dolor es una gran escuela. Aprendería muy severamente, pero esta lección no se me olvidaría jamás. El sufrimiento cambiaría mi manera de ser, me haría más sensible y con más posibilidades de ayudar a los demás. Si no tuviera la capacidad de sufrir, tampoco sería capaz de estimar y valorar la alegría y la felicidad.
Si yo te concediera ser humano, quizá te comportarías irreverente hacia mi persona.
El humano puede darse el lujo de ser irreverente y concebir a su Dios como más le conviene. Claro que esta concepción siempre ha sido excelente.
Tal vez no escogerías el camino bueno y te convertirías en un ser humano despreciable.
Le has otorgado al humano un gran don, que es la libertad de ser lo que quieran, de ir a donde quieran y de creer en lo que más le reconforte. Son los autores de su propio destino, nada está escrito por ellos, sino que son ellos los que van haciendo la historia de sus vidas.
Estoy consciente de todo lo que me has dicho–comprendió finalmente el Señor-. Una última palabra: ¿No te sentirías aprisionado en el cuerpo que les di?
El cuerpo es el instrumento del espíritu. Sin él, no sabríamos de las grandes proezas realizadas. Con un cuerpo podría amar, sentir, reír, correr, dormir, soñar. Mi cuerpo y mi mente juntos me harían capaz de crear. ¡Qué bello!
Al terminar su exposición, el ángel se quedó en silencio aguardando la respuesta del Señor. Más el Señor sólo pensó: “Creo que he otorgado más ventajas a los humanos que a mis ángeles”.
Texto extraído del libro “Un instante para ti”. Elsa Sentíes Santos.