¿Dónde están las manos de Dios?

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El siguiente texto, nos lleva a reflexionar en que cuando observamos las injusticias de la vida, usualmente pensamos ¿por qué Dios permite que sucedan? Para ello, existe otra pregunta, si bien fuimos hechos a su imagen y semejanza, ¿por qué no compartir un poco de las bendiciones que Él nos da?, ¿por qué no dar un poco de amor a quien no lo tiene?

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Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha Bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”.

Y le contestarán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber?… El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mi”.

Mateo 25: 34, 35, 36, 37 y 38.

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Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados (Las herramientas agrícolas, también denominadas aperos de labranza o aperos agrícolas, son utensilios o instrumentos usados en la agricultura), cuando la tierra esta quebrada y abandonada. Cuando miro tantos niños abandonados, tantos hermanos que lloran, tantas guerras. Cuando miro las lágrimas, la baja estima, la tristeza, los odios, el inconformismo… me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil. Cuando veo al prepotente y pedante, enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carente de recursos para defender sus derechos, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando contemplo a esa anciana olvidada, cuando su mirada es nostálgica y balbucea aún palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven, antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol. Cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora con harapos, sin rumbo, sin destino; me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar la existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo; me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando aquél pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico o su miserable cajita de dulces sin vender. Cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán o debajo de algún puente titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito. Cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo veo sin esperanza vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde están las manos de Dios?

Y me enfrento a él y le pregunto: ¿Dónde están tus manos Señor?, para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

Después de un largo silencio, escuché su voz que me reclamó: ¿No te has dado cuenta que TÚ eres mis manos? ¡Atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar las estrellas!

Y entonces comprendí que las manos de Dios, somos TÚ y YO. Nosotros somos los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más humano y más justo, aquellos cuyos ideales sean más altos que no puedan acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica, la blasfemia, se reten a sí mismos para ser las manos de Dios.

Señor, ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían dar. Te pido perdón por el amor que me diste y que no he sabido compartir. Sé que las debo usar para amar y conquistar la grandeza de la creación.

El mundo necesita esas manos llenas de ideales y estrellas, cuya obra magna sea contribuir día a día a forjar una civilización. Unas manos que busquen valores superiores, que compartan generosamente lo que Dios nos ha dado y puedan al final llegar vacías al cielo porque entregaron todo el amor para el que fueron creadas.

Y entonces Dios seguramente dirá: ESTAS, ¡SON MIS MANOS! Bendice mis manos… Señor Dios.

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