Hace algunos días nos dimos a la tarea de observar los hábitos de conducta de los choferes de microbuses en esta ciudad y en algunos municipios del Estado de México. Y, bueno, a decir verdad, no hace falta mucha ciencia para llegar a conclusiones.
Es verdaderamente triste darse cuenta que cuando nos subimos a un microbús ponemos nuestra vida en manos de un orangután, con todo el respeto que me merece esta especie.
Durante la observación que realizamos pudimos darnos cuenta que no existe en estos seudochoferes la más mínima idea de lo que es conducir un vehículo como lo marca el reglamento de tránsito.
Pudimos ver también como un medio de transporte de personas se convierte en una verdadera arma mortal para peatones, usuarios o conductores de autos particulares.
Algunas personas entrevistadas al respecto opinaron que es materialmente imposible meter al orden a estos cafres del volante ya que cuentan con el apoyo de las autoridades que se hacen de la vista gorda ante semejante problemón.
Hubo quienes propuesieron la chatarrización del 99 por ciento de estos vehículos y con el fierro hacer un monumento al heróico usuario de este medio de transporte.
Los más atrevidos pidieron que la industria automotriz contrate al máximo exponente de los ilusionistas, David Copperfield, aprovechando que está en México, para que los desaparezca de un plumazo, lo cual aplaudimos ya que evitaría muchos tramites y colas en el centro de chatarrización.
Si el señor Copperfield no puede desaparecerlos, entonces resignémonos a tener microbuses para siempre y que Dios nos agarre confesados.