Me esperaba en la puerta con su abrigo puesto, se había rizado el cabello y usaba el vestido con que celebró su último aniversario de boda, su rostro sonreía e irradiaba luz como un ángel.
Les dije a mis amigas que iba a salir con mi hijo, y se mostraron muy impresionadas -me comentó mientras subía a mi auto-.No pueden esperar a mañana para escuchar acerca de nuestra velada.
Fuimos a un restaurante no muy elegante, pero sí acogedor, mi madre se aferró a mi brazo como si fuera “la primera dama”. Cuando nos sentamos, tuve que leerle el menú. Sus ojos sólo veían grandes figuras.
Cuando iba por la mitad de las entradas, levanté la vista; mamá estaba sentada al otro lado de la mesa, y me miraba. Una sonrisa nostálgica se le delineaba en los labios.
Era yo quien leía el menú cuando eras pequeño, me dijo.
Entonces es hora de que te relajes y me permitas devolver el favor, respondí.
Durante la cena tuvimos una agradable conversación; nada extraordinario, sólo ponernos al día con la vida del otro. Hablamos tanto que nos perdimos el cine.
Saldré contigo otra vez, pero sólo si me dejas invitar, dijo mi madre cuando la llevé a casa. Asentí.
¿Cómo estuvo tu cita? – quiso saber mi esposa cuando llegué aquella noche.
Muy agradable…mucho más de lo que imaginé. Contesté.
Días más tarde mi madre murió de un infarto masivo, todo fue tan rápido, no pude hacer nada.
Al poco tiempo recibí un sobre con copia de un cheque del restaurante donde habíamos cenado mi madre y yo, y una nota que decía: “La cena la pagué por anticipado, estaba casi segura de que no podría estar allí, pero igual pagué dos platos, uno para ti y el otro para tu esposa, jamás podrás entender lo que aquella noche significó para mí. Te amo”.
En ese momento comprendí la importancia de decir a tiempo: “Te amo” y de darles a nuestros seres queridos el espacio que se merecen; nada en la vida será más importante que Dios y tu familia, dales tiempo, porque ellos no pueden esperar.