Me caí del mundo y no sé cómo entrar

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Entonces el secreto fue revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo.

Y Daniel habló y dijo : Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría.

Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría, y la ciencia a los entendidos.

Daniel 2: 19,20 y 21.

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El siguiente texto es un resumen de “Para mayores de 30”, del periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien nos habla de cómo la ciencia avanza, las personas vamos adoptando la cultura del desecho de las cosas al poco tiempo de ser utilizadas, y se corre el riesgo de aplicar los mismos criterios a los valores humanos.

Sin embargo, cada vez hay más individuos que tienen una formación en los valores espirituales, donde la omnipresencia y la omnisciencia de Dios nos guía porque entiende nuestras necesidades de ser escuchados y de afecto. Jesucristo no desecha nuestros valores porque sabe que todos llevan a una meta: nuestra superación constante como seres humanos.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente, sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace mucho, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros bebés, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

¡No! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura. El otro día, leí que se produjo más en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

No es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo”, pasarse al “compre y bote que ya se viene el modelo nuevo”.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso), guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo. ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

¡Ah! ¡No lo voy a hacer! Quiero decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables, también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. No hablaré de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos con glamour.

Este texto sólo habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la “bruja”, como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la “bruja” me gane de mano y sea yo el entregado.

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